El ejercicio aeróbico produce alteraciones positivas en miles de genes


Una reciente investigación ha hallado que el entrenamiento aeróbico regular cambia la expresión de más de 2600 genes.


ejercicio aeróbico


Todos sabemos que la actividad física realizada en forma frecuente mejora el bienestar físico general, además de reducir el riesgo de muchas dolencias como enfermedades cardiovasculares, obesidad, diabetes, hipertensión o demencia.
Lamentablemente, la tecnología y la automatización han hecho que los niveles de inactividad de gran parte de la población hayan crecido considerablemente. En la era digital, el sedentarismo se ha convertido en una epidemia que desafía cada vez más nuestra capacidad para mantener una mente y un cuerpo sanos.

Si necesita más motivación para practicar ejercicios recuerde que la actividad física también tiene beneficios neuroprotectores. Por ejemplo, se sabe que el ejercicio de intensidad moderada aumenta el volumen de la materia gris y optimiza la función de las fibras nerviosas mejorando de esta forma la conectividad entre las diversas regiones del cerebro. Esto beneficia el aprendizaje y la memoria desde la niñez hasta la vida adulta y reduce el riesgo de demencia en la vejez. El ejercicio aeróbico también disminuye los niveles de estrés y ansiedad, al tiempo que mejora la flexibilidad cognitiva, la capacidad creativa y combate la depresión.


¿Cómo funciona el entrenamiento aeróbico en un nivel epigenético?

Hasta no hace mucho tiempo, era prácticamente un misterio como se correlacionaban los beneficios del ejercicio con los cambios que se producen a nivel molecular. Pero esto está empezando a cambiar, un innovador estudio realizado por el Instituto Karolinska (Suecia) da nuevos indicios sobre los cambios epigenéticos provocados por la actividad aeróbica.


Los investigadores han descubierto que el ejercicio físico practicado en forma regular cambia la actividad de miles de genes y da lugar a una multitud de variantes en el ARN y en el ADN complementario (ADNc).


Para este estudio, los investigadores analizaron el ARN (las copias moleculares de la secuencia de ADN) en el tejido muscular antes y después del entrenamiento aeróbico de un grupo de personas. El análisis identificó aproximadamente 3.400 variantes de ARN, asociadas con 2.600 genes, que cambiaron en respuesta al ejercicio.

Un hallazgo importante de este estudio es que el entrenamiento atlético puede desencadenar que un mismo gen aumente la producción de una variante de ARN y reduzca la de otra. Esto implica que los genes pueden cambiar su función como resultado del ejercicio. Es decir, si trabajas con regularidad, puedes promover la producción de ciertas variantes de proteínas que, en algunos casos, cumplen funciones vitales, como la protección cardiovascular.
  
Dicho esto, la pregunta ahora es: ¿cuánto entrenamiento aeróbico y en qué intensidad es ideal para desencadenar cambios epigenéticos óptimos a nivel molecular?
Los investigadores aseguran que no todas las personas tienen los mismos niveles tónicos de ejercicio aeróbico. Pero algunos datos primarios del estudio dicen que, en algunos casos, con unos 25 minutos de trote realizado en forma regular ya se podían apreciar estos cambios en algunos de los individuos analizados. Pero también hay que tener en cuenta que lo fundamental de la actividad física es sentirse bien, esto significa prestarle más atención a su cuerpo y a su mente. Cuando se trata de ejercicios aeróbicos, más no es necesariamente mejor. Es decir, si se buscan beneficios para la salud lo mejor es utilizar el sentido común.


Referencia:
http://journals.plos.org/plosgenetics/article?id=10.1371/journal.pgen.1006294


El clima no influye en el dolor de las articulaciones

Desde hace siglos siglos, muchas personas creen que el clima frío y húmedo contribuye al dolor en las articulaciones. De hecho, hay pruebas de que esta teoría se remonta a Hipócrates,  es decir, desde el año 400 A.C.


dolor articulaciones


Las encuestas y estudios más antiguos encuentran que los pacientes experimentan un aumento del dolor cuando la temperatura baja y la humedad aumenta. Incluso se puede encontrar todo tipo de consejos sobre como prevenir el dolor en las articulaciones en climas fríos.

La teoría es que los cambios en la presión atmosférica (o sea, el peso del aire) son los culpables. Cuando la presión atmosférica aumenta, el aire más pesado empuja los tejidos del cuerpo y evita que se expandan. Pero cuando la presión baja, permite que los tejidos se expandan y presionen contra las articulaciones. Esta es la misma razón por la que algunas personas experimentan hinchazón durante un vuelo, la presión del aire más baja en el avión permite que los tejidos se expandan.

Pero un creciente número de evidencias pone en tela de juicio esta antigua teoría. Dos nuevos estudios no hallan relación alguna entre la climatología y el dolor, y una revisión sistemática a partir de 2009 apoya esa misma conclusión. Echemos un vistazo a ellos individualmente.


Las investigaciones

En el primer estudio, realizado por investigadores australianos, se examinó de que manera influyen en el dolor de rodilla de pacientes con artrosis factores como la temperatura, la humedad relativa, la presión atmosférica y las precipitaciones. Para el estudio, los investigadores pidieron a 345 personas con artrosis hacer una encuesta en línea sobre su dolor de rodilla cada 10 días durante tres meses. Los investigadores también pidieron a los participantes que informaran en cualquier momento que experimentaran un aumento significativo del dolor que durase más de 8 horas.

Posteriormente, los autores del estudio obtuvieron los datos meteorológicos del código postal de cada paciente y usaron análisis estadísticos complejos para comparar los cambios climáticos con la aparición de dolor. De los 345 participantes, sólo 171 experimentaron un aumento significativo del dolor durante el estudio. Entre estos pacientes, no se encontraron asociaciones entre el clima y el dolor en la rodilla.

En el segundo estudio, los investigadores midieron la asociación entre las precipitaciones, la humedad, la velocidad del viento, y la presión del aire con el dolor lumbar. Utilizaron datos de pacientes de un gran estudio longitudinal diseñado originalmente para evaluar al paracetamol como tratamiento para el dolor de espalda. El estudio utilizó informes de 981 participantes, que registraron sus niveles de dolor en la espalda durante el transcurso de un mes. Al igual que el primer estudio, los investigadores recolectaron datos meteorológicos y los compararon con la aparición de dolor en los participantes.


Al igual que el primer estudio, los investigadores no encontraron ninguna asociación entre los cambios climáticos y el aumento del dolor de espalda. Esto resultó ser cierto tanto cuando se mira el clima en un solo día, como los cambios climáticos en el transcurso de una semana.


Estos nuevos estudios llegaron a la misma conclusión que una revisión publicada en 2009 dónde se examinó el vínculo entre el estado del tiempo y el dolor en casos de artritis reumatoide. La revisión incluyó nueve estudios que examinaron el vínculo entre el dolor y la temperatura, la humedad relativa y la presión atmosférica. El análisis incorporó observaciones longitudinales donde los participantes reportaron niveles de dolor diariamente. Cuando los investigadores recopilaron todas las referencias, no encontraron relación entre los datos del tiempo y el dolor de la artritis reumatoide.

Los autores de la revisión plantean que los pacientes pueden prestar más atención a su dolor durante los días lluviosos, o que los días grises y húmedos pueden causar un estado de ánimo taciturno, lo que hace que los síntomas del dolor se sientan peor.

Si bien está claro que la gente cree en el vínculo entre el estado del tiempo y el dolor, los estudios fiables y longitudinales no encontraron un vínculo significativo entre el dolor y factores climáticos tales como la temperatura, humedad y presión atmosférica.


Comer sin hambre eleva considerablemente los niveles de azúcar en sangre

Comer cuando no tenemos hambre, algo muy común en nuestros días, podría ser más perjudicial de lo que se piensa. Veamos por qué.


comida

El hambre es un impulso natural de nuestro cuerpo para incitarnos a comer cuando el organismo necesita energía. Pero, ¿cuántos de nosotros sólo comemos cuando tenemos hambre? Hay personas que ya están picando algo a menos de una hora de haber terminado de comer, y muchas veces estos alimentos son ricos en azúcar: golosinas, bollería, alimentos procesados, etc.
Según la teoría tradicional, estas calorías adicionales son malas para nosotros porque son las que podrían llevarnos a ser obesos, o al menos a tener sobrepeso. Pero ahora hay otra razón para evitar comer cuando no tienes hambre: podría elevar considerablemente el nivel de glucosa sanguínea postprandial.

Se denomina glucosa postprandial a los niveles de azúcar en sangre dos horas después de haber ingerido alimentos.

Cada vez que comemos, el cuerpo se enfrenta a una oleada de grasas, proteínas, carbohidratos (que se convierten en glucosa). En respuesta a esto, el organismo, con el páncreas a la cabeza, segrega una serie de hormonas que, entre otras cosas, extraen estos nutrientes del torrente sanguíneo y los ponen a trabajar en alguna parte del cuerpo o los almacena para un uso posterior. Bajo circunstancias normales, el azúcar en sangre aumenta después de cada comida, pero el tamaño de ese aumento es amortiguado por estas hormonas. 


El consumo de azúcar después de comer y su incidencia en la salud

Si dos personas tienen el mismo nivel promedio de azúcar en sangre, el que tiene picos de azúcar más altos normalmente experimentará más problemas de salud. Hasta ahora, se pensaba que los picos de glucosa después de consumir alimentos dependían, en gran medida, de unos cuantos factores: cuántas calorías se consumían, el índice glucémico de esas calorías y el metabolismo de cada organismo. Bueno, ahora tenemos un cuarto factor a considerar.

Según un estudio realizado la Universidad de Chicago, cuando las personas comen mientras no tienen hambre, experimentan picos más agudos de azúcar que al comer la misma cantidad de calorías mientras sí tienen hambre. Aquí hay una imagen que muestra la relación entre el hambre y los niveles de azúcar en sangre después del consumo:


hambre glucosa


Los resultados muestran que la glucosa en sangre después de las comidas es más alta cuando las personas no tienen hambre y son relativamente más bajas cuando las personas tienen hambre moderada o tienen mucha hambre. Cuando la gente está muy hambrienta, la glucosa post-prandial no es más baja, incluso es ligeramente mayor que cuando las personas tienen hambre moderada. Los resultados son consistentes con la hipótesis de que, desde el punto de vista de la salud, es beneficioso comer cuando hay hambre moderada.

La buena noticia es que si usted come mientras tiene hambre moderada, su cuerpo hará un mejor trabajo manejando todos esos nutrientes.
Una lección útil para sacar de esta investigación es que en la medida de lo posible espere hasta tener hambre para comer. Y si desea comer algo pese a no tener hambre, sería recomendable algo con un índice glucémico bajo, como nueces, queso o alguna fruta baja en azúcares (manzana, mandarinas, duraznos o melocotones, cerezas, arándanos o fresas). Su páncreas se lo agradecerá. 


Referencia:
http://www.journals.uchicago.edu/doi/full/10.1086/684395


Genes como causantes de diversas enfermedades


En la investigación más grande de su tipo, un equipo de científicos ha cruzado grandes datos del genoma de más de 50 mil personas con sus registros médicos e identificó algunos genes como causantes de enfermedades.


genes


Los datos sugirieron además que aproximadamente una de cada 250 personas participantes del estudio, puede albergar una variante genética que los pone en riesgo de ataques cardíacos y accidentes cerebro-vasculares, pero no reciben tratamiento alguno.

Varios proyectos en Europa, Canadá y Estados Unidos han reunido el ADN de un gran número de personas y han acoplado los datos con información clínica para buscar vínculos entre mutaciones genéticas y enfermedades. Pero estos estudios buscaron marcadores genéticos comunes, no las muy raras variantes que pueden tener una influencia mucho mayor en el riesgo de una enfermedad. Y no todos estos estudios han compartido los resultados con la opinión pública, y en algunos casos, ni siquiera con los participantes.


El estudio

Para encontrar las variantes de enfermedades e integrar los resultados de ADN de los pacientes, los investigadores se valieron de los datos de dos de las organizaciones de servicios de salud que existen en Estados Unidos: el "Geisinger Health Care System" de Pensylvania y el "Regeneron Pharmaceuticals" de Nueva York. El trabajo consistió en la secuenciación del exoma (la parte del genoma que codifica los genes) de más de 50.726 pacientes de ambos sexos. Los voluntarios, de los cuales el 96% tenía ascendencia europea y una edad promedio de 61 años, habían acordado previamente compartir sus registros médicos para un estudio de largo plazo.

Los investigadores encontraron que la mayoría de las personas tenían algunas mutaciones que probablemente desregulan la actividad del gen y provocan la pérdida de su función (había una media de 21 de este tipo de mutaciones por cada persona). Algunas de estas variantes son potencialmente interesantes porque los análisis de los expedientes médicos de los pacientes sugieren que influyen en algún marcador de sangre u otro rasgo asociado con una enfermedad.

El 3,5% de los participantes tuvo mutaciones en 76 genes que están claramente relacionados con enfermedades, como el gen BRCA1, relacionado con el cáncer de mama, lo mismo ocurrió con otros genes para otro tipo de patologías, incluidas enfermedades del corazón. Estas personas fueron informadas de estos resultados para que pudieran ajustar su atención médica si era necesario. 

Los investigadores también profundizaron en el impacto clínico de tres genes que se sabe que contribuyen a niveles anormalmente altos de colesterol, lo que puede acarrear que una persona sea más propensa a padecer ataques cardíacos y accidentes cerebrovasculares (ACV) a una edad temprana. Como era de esperar, las 229 personas con estas variantes tenían el colesterol "malo" anormalmente alto. Pero sólo el 58% de ellas estaba consumiendo estatinas, el fármaco estándar para tratar esta enfermedad, y menos de la mitad de estos pacientes estaban recibiendo la dosis adecuada.

Una limitación de esta investigación es que no definió ninguna de las patologías de origen genético en el sentido de que pudiera conducir a la creación de nuevos fármacos. Esto se debe a que las variantes que inhabilitaban a los genes eran raras, en algunos casos sólo estaban presentes en uno o dos individuos, y se necesita más cantidad para establecer una relación estadísticamente significativa con un riesgo de enfermedad.


Referencias:
http://science.sciencemag.org/content/354/6319/aaf6814
http://science.sciencemag.org/content/354/6319/aaf7000


El vínculo entre el sueño deficiente y la obesidad


Las personas obesas a menudo desarrollan problemas con la apnea obstructiva y central del sueño, los dos trastornos del sueño más comunes, así como problemas de salud relacionados con la diabetes tipo 2, enfermedades del corazón y la osteoartritis. De hecho, un reciente estudio realizado en Estados Unidos y Canadá indica que el 30% de los adultos reportan sueño insuficiente y somnolencia diurna. Teniendo en cuenta que las encuestas muestran que el 26% de estas personas son obesas y el 37% tiene sobrepeso, no es nada sorprendente el vínculo entre el sueño y la obesidad. 

sueño obesidad


Si bien en los últimos tiempos se ha avanzado mucho en esta área, todavía no está del todo claro como la obesidad y el sueño están relacionados. Una hipótesis sugiere que el sueño alterado puede afectar las hormonas que activan los niveles de energía que regulan el cuerpo. La otra hipótesis se centra en el impacto que el mal sueño puede tener en el estilo de vida, como en la dieta y el ejercicio, ya que la fatiga hace que dediquemos menos tiempo a practicar ejercicios y a comer con sensatez. 
  
Teniendo en cuenta el cambio general que ha habido en el trabajo hacia ocupaciones más sedentarias, obtener la cantidad mínima de ejercicio moderado necesario para mantenerse saludable (aproximadamente 150 minutos por semana según las directrices de salud) es cada vez más difícil para la mayoría de la gente. Si se añade la fatiga que proviene de un sueño inadecuado, junto con los problemas asociados con el exceso de peso, no es de extrañar que el mal sueño y la obesidad a menudo vayan juntos.
Un nuevo estudio publicado en la revista ‘Health Psychology’ examinó el vínculo sueño/obesidad en una muestra de casi nueve mil adultos australianos.


La investigación

Un grupo de investigadores de la Universidad de Wollongong (Australia), utilizó datos extraídos de la Encuesta de Dinámica de Trabajadores de Australia (HILDA), que se realiza todos los años desde 2001. La Encuesta HILDA ha estado recopilando información sobre dinámica familiar y  salud a través de entrevistas personales y cuestionarios con más de 16 mil adultos.

Junto con la información sobre los factores de salud y estilo de vida, se incluye el índice de masa corporal (IMC), las medidas de la circunferencia de la cintura, los niveles de actividad física y la historia general de salud. La encuesta HILDA ha incorporado recientemente diferentes medidas de la calidad del sueño. Esto incluye el número promedio de horas de sueño por noche, la cantidad de veces que los participantes se despiertan en la noche, el tiempo medio necesario para dormir, etc. También se les pidió a los participantes que calificaran su calidad general del sueño, y si eran propensos a la somnolencia diurna.

Para analizar los resultados, los participantes fueron catalogados en cinco grupos diferentes dependiendo de la calidad del sueño:


a.) Calidad de sueño deficiente: frecuentes trastornos del sueño por la noche, aumento de la somnolencia diurna, mayor uso de medicamentos para dormir, ronquidos problemáticos y duración de sueño corta (seis horas o menos por noche). Aproximadamente el 20 % de los participantes cayeron en esta categoría.

b.) Trastornos frecuentes del sueño: generalmente reportan buena calidad de sueño en general, pero igualmente reconocen una alta tasa de trastornos del sueño (despertar frecuentemente por la noche y problemas para volver a dormir). Este grupo representó otro 19.2 % de los participantes.

c.) Escasos problemas con el sueño: reportan buena calidad del mismo con problemas ocasionales, como dificultad para conciliar el sueño y despertarse por la noche. Este grupo abarcó el 24,5% de los participantes.

d.) Sueño de larga duración: en general tienen un sueño de buena calidad, con episodios infrecuentes de sueño perturbado. Llamados “de larga duración” debido a que son  personas que duermen más horas que el promedio. Representó el 9,6% de todos los participantes.

e.) Buenos durmientes: sueño de buena calidad, muy pocos trastornos del sueño, pocos episodios de somnolencia diurna, capaz de dormir sin necesidad de somníferos, y un promedio de siete a ocho horas por noche. Este es el grupo más grande que representa el 26.7% del total de participantes.


En promedio, las personas del grupo “a” tenían medidas más altas en el Índice de Masa Corporal (IMC) y en la circunferencia de la cintura, seguidos por los integrantes del grupo “b”. En la otra punta, el grupo “e” mostró el IMC más bajo, seguidos por el grupo “d”.
Al mismo tiempo, los integrantes del grupo “a” y “b” también mostraron bajos niveles de actividad física. Curiosamente, el grupo “d” también mostró niveles bajos en actividad física a pesar de sus relativamente buenas puntuaciones de IMC y circunferencia de cintura.

Los autores señalan que es probable que haya un vínculo de dos vías entre el mal sueño y la obesidad. Mientras que el sueño pobre puede conducir a la obesidad al afectar los niveles hormonales y/o factores de estilo de vida, la obesidad también puede conducir a un mal sueño debido a apnea del sueño, artritis y otros problemas de salud relacionados con la obesidad.


Referencia:
https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/27175575